El día en que el ser humano alzó su mirada y la posó en el firmamento debió perder el aliento.
Millones de años andando mirando al suelo y de pronto descubrimos un cielo profundo, preñado de estrellas que brillan, suspendidas en el aire, sin criterio que lo respalde, por antojo de no sabemos quién o qué… flotando. Unas veces encendiéndose y otras apagándose. En cualquier caso con una lógica y una ciencia que se nos escapaba.
Pasaron los siglos, por millones… Y si bien seguíamos sin discernir la lógica de esas estrellas, sí empezamos a comprender su naturaleza y sobre todo el uso que podríamos darle. Si miras a las estrellas puedes marcar un rumbo.
Y saltamos a la mar.
Y la surcamos.
Y la sometimos a fuerza de escuadra y cartabón; de sextante y brújula…
Y todo esto… mirando las estrellas.
Qué digo mirando… siguiéndolas.
Los hitos más grandes de nuestra humanidad han pasado bajo una estrella. Sin ellas nuestros Reyes Magos nunca habrían adorado al niño Jesús…
Tan importantes son éstas: las estrellas, que ha dejado de ser un sustantivo para convertirse en adjetivo para los ídolos actuales, quienes son englobados como estrellas porque brillan en el firmamento mediático en que estamos imbuidos. Los cantantes de Rock son estrellas y los clubes de fútbol más afamados lucen sus estrellas en sus uniformes reclamando el valor de su Historia y trayectoria.
Los rangos por estrellas son por todos conocidos. Por aquellos que reconocen y comprenden la autoridad moral de una jerarquía sembrando de estrellas las hombreras de nuestros distinguidos generales, a los que viven sumergidos en ideas revolucionarias y revientan los cimientos de la sociedad bajo las cinco puntas de una única estrella.
Todas estas estrellas. Todas… tienen una lógica objetiva… están sujetos a las leyes de la naturaleza o a las leyes de la humanidad.
Todas las estrellas.
No.
No todas.
Siempre hay una excepción y en nuestro campo es la Estrella Michelín.
La suma de todas sus estrellas nos arrojan una constelación de 27.022 restaurantes laureados, (porque “estrellados” daría lugar a dobles interpretaciones), que sirven de referencia para todos los navegantes gastronómicos del s.XXI, que no son pocos.
Esta guía (la gastronómica) no responde a un criterio objetivo. Esta vez es subjetivo. Alguien pone y quita estrellas. Alguien lanza a un restaurante al estrellato o estrella sueños, sueldos e ilusiones contra el suelo.
Restaurantes, todos ellos, dignos de grandes alabanzas. Sin duda. Por mérito propio. Por gusto. Por estilo. Por innovadores o por tradicionales. Todos ellos merecedores del prestigio que otorga la concesión de una estrella.
Pero volvemos a lo mismo… ¿quién nos dice que no hay otros merecedores de esa estrella? O… ¿Esta estrella refleja fielmente las corrientes gastronómicas? Porque sabemos que una estrella puede darte de comer o echarte el candado, tal es su peso. Estrellas concedidas arbitrariamente por personas como nosotros, que a buen seguro tendrán familias a las que alimentar: como nosotros. Amigos con los que relacionarse: como nosotros, colegas de trabajo que trabajan de sol a sol para capear crisis, buenas y malas rachas defendiendo su puesto de trabajo: como nosotros…
Y todos ellos: como nosotros… preguntándonos la naturaleza de la Estrella Michelin. Sello de calidad por un lado, por lo menos en cuanto a los (escasos) restaurantes españoles que han sido reconocidos, y producto del Marketing por otro. Lo uno lleva a lo otro. Y ojo, no lo criticamos. Tan solo nos preguntamos si están todos los restaurantes españoles de gran calidad que “son”, o si son solo los que están…
Felicidades para todos los que están presentes en dicha constelación y, recordaros, que fuera de las estrellas también hay firmamento y que, sin éste, las estrellas se caerían.